Mariposa la llamaban porque siempre andaba flotando en las nubes. Amaba las flores y las bebidas dulces y deseaba un día poder regresar a
su crisálida para volver a ser mariposa por siempre. Era la historia que le habían contado. Si Mariposa lograba
regresar a su crisálida, sería inmortal; y la inmortalidad le atraía mucho.
Ideaba en la forma de hacerlo. Miraba los nidos de las aves;
pensando en extraer de ahí la seda para su crisálida nueva. Los veía
toscos y seguramente incomodos para estar ahí por 5 largos días incluidas sus noches. Esa incomodidad seguro le estropearía
no solo sus alas y sus dos bellas antenas sino que le quitaría también sus hermosos
y prístinos colores.
Observó las plumas de las aves y pensó en que tendría mucho trabajo quitándoles
la parte dura que tienen para dejar solo la suave y calientita. Aun cuando también pensó que si tuviera
tiempo serían una agradable opción.
El pasto era muy duro, el cabello de las niñas muy cortante para su
gusto y su delicada contextura; los hilos de los vestidos muy largos y
complicados de tejer y además algunos muy llamativos lo que podría ocasionarle
problemas con las aves y los niños que normalmente jugaban en el parque.
Cansada de pensar y desechar un material y otro, vio a lo lejos algo que
brillaba tanto que la hacía apachurrar los ojitos. Se fue acercando con
cautela y fue tal su alegría que sin pensarlo dos veces se lanzó sobre lo que
consideró el material idóneo.
La
araña negra y patona se relamía de placer al ver a la dulce Mariposa enredarse
más y más en su casa de hilos dorados y resplandecientes pero que también se
había convertido en una tumba muy bella.
Patricia Lara P.
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