miércoles, 13 de agosto de 2014

Eran tan torpes




La primera vez que la vio le tiró café sobre la ropa.  Estaba muy pero muy caliente y le quemó el brazo.  Con los años bromeaban sobre la mancha oscura que aun persistía en su brazo.
La segunda vez queriendo ser caballeroso, al cerrar la puerta del auto, le aplastó un dedo.  Con el tiempo,  cuando le besaba la mano podía notarle  la uña más gruesa.
La tercera vez, al abrazarla para saludarla, casi le cae encima.  Ella fue más rápida y saltó a un lado, con tan mala suerte que se torció el tobillo y estuvo cojeando durante varios días.  Hoy por hoy,  cuando hace frio también cojea un poco.
Luego de eso; no se sabía porque ella seguía viéndolo y porque él insistía en invitarla.  Se notaba que eran incompatibles o por lo menos que juntos se atraían la mala suerte.
No había día que se vieran o que estuvieran juntos que no les ocurriera una desgracia.
Al cabo de unas semanas decidieron casarse.  Se amaban.  ¡Y claro!  No podía pasar menos.  En la boda; a  ella, entrando a la iglesia le pisaron en vestido y entró con el traje casi hecho jirones,  uno de los tacos de su zapato se desprendió y tuvo que llegar descalza (lo cual se veía bastante bonito por cierto).  Nada de eso importó.  El anillo no le entró en el dedo adecuado y ahora lo lleva en el pulgar y con mucha cuerda atrás para que se sostenga.
Tuvieron solo un hijo pues el parto fue tenaz.  El pobre hombre,  cuando vio salir la cabeza de su hijo destrozando todo a su paso se desmayó y se rompió la crisma y ella pobrecita.  Aun no camina del todo bien.
Hoy por hoy, viejos y cansados se miran de lejitos.  No sea que se puedan partir un hueso o les pueda suceder algo peor.  Pero nada de eso importa.  Pues aún están juntos y como bien dice el dicho: “Sarna con gusto no pica”
Patricia Lara P.

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