jueves, 21 de agosto de 2014

La Lastimera




Era esa la forma de nombrar a la mujer aquella que todos los días a las 5 de la mañana salía de su casa para la misa de  6.  Agarraba ella una mano con la otra y las apretaba de manera tal que se cortaba la circulación a ratos.  Caminaba despacio, mirando al piso y tan encorvada que no entendía yo, ni nadie más como era no se caía.
Llegaba a la iglesia y arrodillada desde la puerta, llegaba hasta el confesionario.  Hacía fila y le contaba al padre todos los pecados que había cometido desde el día anterior.  Arrodillada igual llegaba hasta el pulpito y agachada escuchaba la misa.  El padre al momento de dar la comunión se le acercaba y de manera insólita lograba introducir en esa boca casi cerrada y con un rictus constante de dolor; el cuerpo de Cristo.
Terminada la misa, igual; casi a gatas abandonaba la iglesia; ya en la calle se paraba de nuevo para iniciar el regreso a su casa, macerando sus manos, agachada y llorosa.
¡Pobrecilla!  Pensaban unos.  ¿Qué pecado tan grave; habrá podido cometer esta mujer para que ella misma no logre perdonarse?  Era lo que opinaban otros.
Lo que nunca supieron ellos; era que la mujer hermosa que noche a noche abandonaba la misma casa, Con hermosos y vistosos vestidos y dispuesta a la conquista de cualquier hombre que se cruzara en su camino, para poder en ellos satisfacer sus deseos de mujer y también sus deseos de sangre.  No sabían tampoco que era la misma que  clavaba en sus pechos un puñal, para bañarse en esa sangre tibia que la enardecía aún más.   Y que le era plenamente necesaria para seguir viviendo, la vida a la que se había condenado a sí misma.
Nunca supieron que la mujer hermosa, la misma que un día atraparon con el arma en las manos y bañada aun en sangre tibia; era la "Lastimera".
Patricia Lara P.

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