La mañana siguiente la vida continuó normalmente. El sol salió como todos los días, y tuve que preparar desayuno igual que todos los días. Lo engulleron como siempre de prisa y partieron. Y yo me quedé sola pensándote, recordándote, extrañándote. Reviviendo las charlas, las risas compartidas, el café negro y bien caliente. Una lágrima afloró y se secó igualmente. El sol se puso y la luna salió como todas las noches y acudimos a la cama y las cobijas calientes. Otra lágrima fue recogida por la almohada y de nuevo la vida.
La
recuerdo constantemente y sé que ella me cuida y está ahí acompañándome como
siempre en las alegrías y posando su mano suavemente cuando hay tristezas.
Patricia Lara P.
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