lunes, 4 de agosto de 2014

Agonía



Agonía

Agonizaba ella todos los días. Y en cada uno de ellos, él sentía algo diferente.

 Primero sintió compasión y con el correr de días, semanas y meses sintió ira y luego pena y de nuevo ira y entonces odio, para terminar sencillamente deseando que ella muriera. 

La odiaba con todas las fuerzas de su corazón. 

No pensaba que ella padeciera lo suficiente con esa enfermedad porque ahora lo que sentía era lástima de sí mismo, pues estaba condenado a ese eterno suplicio de estertores, gritos, llantos y penas.

 La vida de los demás continuaba, se enamoraban, salían a bailar o a cenar, hablaban con los amigos e incluso iban a trabajar, algo ya olvidado para él, que sólo estaba ahí mirándola fijamente esperando que su pecho dejara de bajar y de subir y de subir y bajar. A ratos, cuando ella gritaba, lloraba y se quejaba deseaba taparle la boca con las manos, o no…  mejor con la almohada hasta que el aire se agotara y que entonces por fin el dolor pasara, no el dolor físico de ella, sino el dolor moral que él sentía al verse desgraciado por su culpa.

Al parecer, ella lo había odiado tanto pero tanto, que ahora su venganza no tendría fin y mucho menos pensaba permitirle un poco de compasión.

 A veces, él pensaba en ponerle fin a tanto sufrimiento sin pensar en las terribles consecuencias, o más bien  ignorándolas, importándole bien poquito lo que pudiera sucederle luego; Incluso se imaginaba a la gente hablando de lo malo que había sido y mascullando por lo bajo por qué no había podido esperar un poco más. Pero es que ese "poco más" se tardaba y temía enloquecer irremediablemente y morirse de angustia o perecer de pena antes que ella.

Los hijos, cansados ya de sus quejas y del olor que se iba apoderando de la casa ya no se detenían en ella; llegaban, se duchaban, recogían unas prendas y se iban sin entrar siquiera a saludarlo a él y menos a la mujer que yacía en la cama muriendo lentamente. Decían que el dolor era mucho y que no soportaban verla en esas condiciones, y es que el dolor físico lo padece uno solo, pero el moral y psicológico lo padece toda la familia y en éste caso en particular sólo el pobre hombre, que humillado y atemorizado observaba desde una silla cómo la mujer se acababa, cómo se empequeñecía, cómo luchaba por seguir viva a pesar de todo, con el único fin de verlo, también envilecido, terminar con su vida.

Hasta que un día no se escuchó nada en el cuarto aquel pues ambos dejaron de respirar al mismo tiempo. La gente admirada hablaba a borbotones de ese amor, de ese increíble amor, de ese magnífico amor, de los cuidados que abnegadamente el hombre le dedicó a su esposa y del sufrimiento tan grande al saberla muerta. Pensaban también que después de tanta lealtad y amor puro y sincero, la vida no quiso separarlos y en la propia muerte los juntó de nuevo.
Patricia Lara P.

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