Este era un pececito que vivía en lo que antes había sido un hermoso estanque y hoy solo era un basural. Era el último que quedaba pues muchos habían muerto, otros tantos habían logrado salir cuando aún se podía y unos más había sido pescados.
Además de él, había un par de caracoles viejos, una rana y muchas
moscas. Nuestro pececito de eso era que se alimentaba y le parecía bien
que hubiera tantas. No se había percatado que cada vez era menos el agua
y que la suciedad conforme pasaban los días aumentaba.
Los caracoles no pensaban en irse pues las fuerzas ya no les
alcanzaban. La rana croaba y croaba esperando que por fin un día su
soledad pasara y una hermosa rana macho por ella llegara.
Nuestro pez, que nunca había estado enamorado en su vida, que no conocía
una chica de su misma especie, solo se alimentaba y suspiraba. No
comprendía el porqué de la suspiradera pues antes nunca le había pasado.
A lo lejos, pero no tan lejos; escuchaba el murmullo del agua y pensaba en lo
lindo que sería no solo estar allí sino en dejarse llevar por las ondas y mirar
el sol brillar por entre las ramas de los árboles.
Un día pensaba sus pensamientos en voz alta y entonces un hada que
acertó a pasar por allí lo escuchó. Él quería nadar en la quebrada,
conocer una chica, casarse, tener hijos y morir de viejito viendo el sol cubrir
de joyas mágicas el río.
El hada se compadeció de nuestro pequeño pez, hizo llover en el
nacimiento del río y el agua anegó el sitio en el que se encontraba, lo que le
permitió; no sin esfuerzo salir a la quebrada y nadar.
Vio cosas muy hermosas, por fin contempló el sol, vio flores, mariposas
y se sintió tan feliz que su corazón palpitaba alocadamente. Al cabo de
un rato, en uno de los recodos; vio a su dama. Le pareció hermosa.
No se movía mucho pero pensó que lo esperaba. Nado de prisa, se acercó a
ella y al querer depositar en sus labios un beso, sintió un escozor, se
retorció de miedo y también de dolor y se dio cuenta también que era halado.
Lo llevaban muy rápido y en contra de la corriente. De pronto un par de
manos lo agarraron y extrajeron de sus labios la aguja que le causaba tanto
dolor.
Al
cabo de un buen rato y en medio de otros tantos como él, nuestro pez exhaló un
último suspiro y murió.
Patricia Lara P.
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