viernes, 22 de agosto de 2014

El pez





Este era un pececito que vivía en lo que antes había sido un hermoso estanque y hoy solo era un basural.  Era el último que quedaba pues muchos habían muerto, otros tantos habían logrado salir cuando aún se podía y unos más había sido pescados. 
Además de él, había un par de caracoles viejos, una rana y muchas moscas.  Nuestro pececito de eso era que se alimentaba y le parecía bien que hubiera tantas.  No se había percatado que cada vez era menos el agua y que la suciedad conforme pasaban los días aumentaba.
Los caracoles no pensaban en irse pues las fuerzas ya no les alcanzaban.  La rana croaba y croaba esperando que por fin un día su soledad pasara y una hermosa rana macho por ella llegara. 
Nuestro pez, que nunca había estado enamorado en su vida, que no conocía una chica de su misma especie, solo se alimentaba y suspiraba.  No comprendía el porqué de la suspiradera pues antes nunca le había pasado.  A lo lejos, pero no tan lejos; escuchaba el murmullo del agua y pensaba en lo lindo que sería no solo estar allí sino en dejarse llevar por las ondas y mirar el sol brillar por entre las ramas de los árboles.
Un día pensaba sus pensamientos en voz alta y entonces un hada que acertó a pasar por allí lo escuchó.  Él quería nadar en la quebrada, conocer una chica, casarse, tener hijos y morir de viejito viendo el sol cubrir de joyas mágicas el río.
El hada se compadeció de nuestro pequeño pez, hizo llover en el nacimiento del río y el agua anegó el sitio en el que se encontraba, lo que le permitió; no sin esfuerzo salir a la quebrada y nadar.
Vio cosas muy hermosas, por fin contempló el sol, vio flores, mariposas y se sintió tan feliz que su corazón palpitaba alocadamente.  Al cabo de un rato, en uno de los recodos; vio a su dama.  Le pareció hermosa.  No se movía mucho pero pensó que lo esperaba.  Nado de prisa, se acercó a ella y al querer depositar en sus labios un beso, sintió un escozor, se retorció de miedo y también de dolor y se dio cuenta también que era halado.  Lo llevaban muy rápido y en contra de la corriente.  De pronto un par de manos lo agarraron y extrajeron de sus labios la aguja que le causaba tanto dolor.
Al cabo de un buen rato y en medio de otros tantos como él, nuestro pez exhaló un último suspiro y murió.
Patricia Lara P.

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