domingo, 29 de septiembre de 2013

La compra de la casa




Tomamos la decisión de comprar una casa... cerca al trabajo del señor  y en un sitio campestre.  Es mejor comprar que rentar pues la oferta es buena, ya que al parecer son económicas las propiedades en esa zona.
Vemos una casa vieja, lógico hay que prácticamente demolerla (pensamos) para construir de nuevo y está en una ubicación que nos resulta excepcional.
La vemos desde la carretera y nos gusta el tamaño de la casa o el espacio que ocupa en el lote.  Le vemos muchas posibilidades.  Y lo mejor, tiene el aviso de se vende directamente y además se informa que es negociable el precio.
Atrás de la casa y sentada en una butaca está una anciana mujer, que parece ha salido a tomar el sol.  Da un poco de miedo la imagen y me imagino que al morir va a espantar en aquel mismo sitio.
De todas formas entramos, llamamos y con algo de sorpresa vemos que la mujer no se inmuta.  Al cabo de unos minutos de la casa sale una pareja.  Mayores sin ser viejos y con una sonrisa que les ilumina la cara.  Hablamos con ellos, preguntamos el precio, los linderos, el estado de la vivienda y mientras tanto, la vamos recorriendo.
Efectivamente hay mucho que hacer; por mejor no decir; hay todo que hacer.  Ya al final vamos a la zona en la que se encontraba la anciana y ya no está ahí... en un rincón al lado del lavadero hay una silla que se asemeja poderosamente a aquella en la que se encontraba sentada la vieja, aun cuando notamos que seguro no podría soportar el peso ni de una cuchara de lo arcaica y carcomida por el comején que se encuentra.
Notamos además que a la mujer no la vimos en ninguno de los aposentos de la casa.
Preguntamos si viven con alguien más y responden que no tuvieron hijos y que habían vivido con la madre del señor, que era la propietaria inicial, hasta hacía unos ocho años y la señora había fallecido en el patio mientras tomaba el sol.  Al parecer su corazón se había detenido y solo se habían percatado de su muerte cuando la llamaron a almorzar y no entró en la casa.
La encontraron sentada como siempre, con su cabello largo, lacio y grasoso casi escurriendo aceite por el calor del sol.  Las manos en el regazo y mirando al frente, lógicamente sin ver.
Les dimos las gracias, nos gustó la franqueza con la que hablaron de la anciana y por supuesto quedamos en que dialogaríamos  con los hijos y entre nosotros mismos para tomar una decisión ya tomada, ya que por supuesto no estábamos ni estaríamos interesados en comprar una casa con fantasma incluido.


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