jueves, 6 de junio de 2013

Llorar debe ser un arte



Esto de llorar debe ser un arte.

No me refiero a llorar por gusto, que ya sí has de ser artista consagrado al deleite de tal actividad para hacerlo. Sino a llorar por "razones que crees que merecen tu llanto".

Lo digo porque, si bien es cierto que luego del acto puede sentirse un gran alivio, el acto "per se" encierra una gran dosis de tristeza, amargura y desasosiego que, definitivamente, tiene que causar algún proceso de stress oxidativo.

Y por eso, más que por alivio, es que viene ese cansancio ulterior que todos confunden con alivio... no, no es alivio. Es el agotamiento que tienen cuerpo y alma por el vainero que recordamos, evocamos, y que -mientras lloramos- ponemos en nuestra cara una y otra vez
tal como poner vinagre en una herida.

Ni hablar de los "dolores residuales" que deja el llorar... desde la pepa'el ojo hasta la cabeza, eso, sin contar el amor propio, que duele más y para ése sí que no tenemos cremitas ni nada que se le parezca.

Ya me perdí en lo que quería decir, lloro de nuevo y siento que no domino la técnica, me pierdo entre mis lágrimas y la tristeza se me hace un monstruo detrás de la puerta de mi dormitorio... y no me deja salir, me tiene presa en este mar de lágrimas... y frustrada por no hacerlo con la técnica adecuada... y que me preocupo por la herramientas: toda técnica exige herramientas. No tengo un pañuelo, ni siquiera una almohada... ni un peluche. Me gustan, pero no para llorar, pero tampoco tengo uno. Y sigo llorando, la práctica hace... ¿a quién hace?, ¿al llorón?... la práctica. He practicado mucho hoy y aún no domino la técnica. Y no hay herramientas. No se cómo se cuida tampoco esta máquina de producir lágrimas. No domino la técnica para este ancestral arte, porque llorar debe ser un arte.

B. Osiris B.

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