domingo, 2 de junio de 2013

Mal paga...



 (El diablo a quien bien le sirve)
 
Creció matando insectos, luego ratones, gatos, perros.  Su cacería crecía a la par con él.  Se sentía feliz haciendo sacrificios a satán.  Soñaba con que un día por fin se le aparecería y lo premiaría por haberle sido de tanta utilidad. 
Las presas crecieron y fueron niños a los que torturó.  Le encantaba verlos llorar y suplicar por sus padres.  Luego jovencitas morochas o rubias; altas o bajas, gordezuelas o delgadas pero eso sí, todas debían ser hermosas.  Ellas los sucedieron y con ellas ya era más experimentado.  Además de hacerles finos cortes, las violaba una y otra y otra vez.  Mujeres mayores  fueron su siguiente objetivo.  Y mientras perfeccionaba su maldad y se ufanaba de ser asistente del diablo más feliz era y más sed de sangre y de sufrimiento tenía.
Paso el tiempo y un buen día se encontró frente a frente con él.  Pensó que sería felicitado por su obra.  Que obtendría un lugar especial a su lado o que incluso sería su asistente personal y su futuro sucesor.
Pero no... El diablo ni lo miró siquiera.  Se dedicó a recibir especialmente bien a las víctimas del victimario aquel pues ya enloquecidas por el dolor habían maldecido a Dios en el último instante.  Esas eran las "joyas" más apreciadas por satán.  Pues siendo buenas toda la vida.  Habían perdido el alma en el último instante.  Aun conservaban el brillo de la inocencia y sus almas apenas si manchadas despedían un aroma que era para él el elixir de Dios.  Pues le recordaba el tiempo en que el aún no había pecado y su alma gozaba de la gloria divina.
Fue relegado entonces el asesino cruel a un rincón mal oliente en el que su cuerpo recreaba cada una de las torturas que en vida había infringido él.  Dolor, miedo, lágrimas, llanto eternos era lo que le esperaba.

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