miércoles, 19 de octubre de 2011

Lindas y bellas también hermosas

Gustavo la veía pasar todos los días y se moría de celos al pensar que alguien más la observaba, que apreciaba su grácil figura, sus hermosos y negros cabellos largos, lacios y flotando al viento. El amaba la forma en que su respingona nariz tomaba el aire y también la delicadeza con la que se llenaba de pequeñísimos pliegues al sonreír.

Gustavo no conocía una mujer más perfecta que ella y por ese motivo la amaba con locura y pasión.

Gustavo un día armándose de valor y venciendo con denodada intrepidez su miedo a ser rechazado por tan hermosa mujer logró acercarse a ella, y luego la llenó de detalles y de regalos con lo cual al cabo de un tiempo consiguió que ella también lo amase. ¡La adoraba tanto!

Gustavo compró para ella el diamante más puro, el más bello pero de igual forma jamás comparable con la belleza inconmensurable de su amada. Ella con tanta perfección superaba con creces cualquier maravilla.

Gustavo por fin un día la llevó al altar, le brindó todo lo bello que el dinero puede comprar; la mejor luna de miel, el viaje más largo, las mejores flores, los mas maravillosos licores... No sabía cómo agradecer y en cierta forma pagar que mujer tan hermosa se hubiera fijado en él... un simple y ordinario mortal.

Gustavo pensó un día en que había llegado el momento de tener un hijo; una hija tan hermosa como ella. Pero temiendo que su belleza sin par se destruyera con esta ilusión no fue capaz de pedírselo; sin embargo la beldad sin dudarlo siquiera un segundo decidió que había llegado el momento de ser padres. Un hijo vendría por fin a coronar tanta felicidad. Nueve meses después nacía su hija, su bien más preciado, su retoño. ¡Ay! Gustavo... Pobre hombre...

Gustavo la observaba y no lograba entender cómo un ser tan magnífico, cómo una belleza tan maravillosa de mujer había podido engendrar, concebir y por supuesto traer al mundo una criatura tan fea; un ser tan insignificante y falto de gracia como su hija.

Gustavo; el pobre Gustavo se culpó. Se llamó a si mismo feo, intrascendente y pensó en ocultar; desaparecer para siempre tamaño delito. Imaginaba la forma de deshacerse de semejante adefesio. Hasta que... su suegra, la madre de su hermosa esposa y toda la familia de su adorada y bella mujer manifestaron a viva voz que la bebé era igualita a la madre.

Gustavo pensó que estaban locos o por lo menos ciegos hasta el preciso momento y hora en que le enseñaron por fin las fotografías de recién nacida de su hermoso ángel... su magnífica esposa.

Gustavo por fin se serenó un poco respecto a su hija. Finalmente si su esposa con menos recursos que los que él tenía había logrado el milagro de convertirse en la maravillosa mujer que él conocía su hija también lo lograría.

¿Qué sería de la vida de estas dos mujeres y por supuesto de unas cuantas más sin la ciencia de la medicina y la salvadora cirugía plástica?

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