En uno de esos sus arrebatos de sensualidad y coquetería se compró un baby doll muy sexy. Pensaba que a esas alturas de la vida había que revivir su matrimonio como fuera.
Fue a la peluquería y eligió un tono rojo pasión para su cabello y se
hizo hacer un corte muy de moda. Compró labial rojo, tan rojo como nunca
se había atrevido a usar. Delineó sus ojos con un color ceniza
sorprendente e incluso usó unas largas y atrayentes pestañas postizas.
Al mirarse al espejo ni ella misma lograba reconocer la mujer
cotidiana. La que llevaba la cara lavada siempre, si acaso con bloqueador
y eso por el sol espeluznante que podía manchar su piel blanca y tersa y el
cabello largo con hilos plateados recogido en una moña.
Nunca había sido una mujer a la que le había gustado llamar la atención
de nadie; es más, casi se sentía una sombra en su casa y un objeto más en la
vida de su marido.
Pero ella estaba decidida a revivir la pasión... si es que se podía
llamar pasión a las noches insípidas que casi siempre habían vivido su compañero
y ella. El hombre nunca había sido muy ardiente y ella por temor a que el
pensara mal se había conformado con esas noches de polvos tristes, cortos e
incluso insufribles. Por lo que había sido mejor cuando sencillamente dormían
el uno al lado del otro, sin tocarse, sin hablarse e incluso ignorándose
mutuamente.
Pero ella estaba decidida a renovar
la pasión pues creía que el hombre frío que se encontraba recostado en la cama
y que empezaba incluso a expeler algo así como un hedor agrio y fuerte, podía
ser más ardiente que el muerto en vida con el que siempre había vivido.