El pensamiento se fue haciendo constante. Cada vez con mayor frecuencia imaginaba su sangre roja, tibia escurriéndose por entre sus dedos, por sus manos, por su cara. Se veía sonriente cubierta con ella. No era algo que la desesperara; sino más bien que la llenaba de alegría y de satisfacción, por lo mismo siempre veía su rostro resplandeciente y pleno.
Veía como la sangre se iba haciendo más y más pegajosa en sus ropas y en sus cabellos y sonreía mientras lentamente se iba durmiendo pues se sentía muy agotada y feliz. Ella; podría comparar ese momento con un orgasmo, el más fantástico de los orgasmos y que nada tenía que ver con lo sexual, más bien con lo sensual de la textura y del color rojo por sí mismos.
No era locura, era solo la forma de sanarse sin destruir a nadie, sin dañar a nadie, solo imaginando, deseando quizás y soñando sueños rojos, oscuros y llenos de tranquilidad infinita.
Cuanto añoraba ella esa tranquilidad, poder dormir mucho, dormir hasta el fin de los días de los tiempos y de los sueños.
Sin pensar en nadie, sin recordar un mundo lleno de envidias y de malquerencias. Solo un mundo feliz y plagado de sueños rojos.
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