jueves, 20 de octubre de 2016

La vajilla




La vajilla

Recuerdo cuando a la vivienda de la mamita María la O. llegó esa caja de madera enorme.  Fue para un día de la madre.  Casi se hizo fiesta en esa casa humilde.  Tan humilde que fue una novedad para nosotros y para los vecinos que llegaron en romería unos y otros de a poquitos durante varios días después.
Recuerdo la admiración y el cuidado con que se fue abriendo como si de un tesoro se tratara, y es que en realidad lo era.  Y de su interior sacaron primero paja y luego envueltos con sumo primor y uno a uno, platos, tazas, pocillos, salseras, teteras y demás primores de porcelana.
Las miraba con asombro y sin atreverme a tocar, por el temor de hacer un daño irreparable.
En aquel pueblo nadie tenía semejante tesoro.  Y yo me sentí no sólo maravillada sino también muy rica.
Hoy por hoy pienso que la comida amorosamente preparada, pero pobre; que confeccionaba mi dulce mamita debía verse y sentirse extraña, al ser servida en semejante vajilla.
Los claros, los frijolitos, el sancocho, los huevos con cebolla y tomate, el tinto de olla, la aguadepanela con limón y demás humildes ricuras... La comida más humilde, servida en la más elegante vajilla  del pueblo.

Patricia Lara P.

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