domingo, 17 de noviembre de 2013

La justicia de la reina




Estaba tan dolida por la infidelidad y desparpajo del rey, que la reina -a quien el soberano le hacía el amor sin importar el momento o el sitio de forma simbólica en la persona de cuanta mujer del reino se posara en su camino- decidió un buen día convertir a su consorte en eunuco. Y en pura correspondencia al amor que él le profesaba, a cada hombre del reino le aplicó el mismo principio de justicia, inquiriéndole a callar, so pena de ser decapitado (por segunda vez, jajajaja). Nunca ninguno contó su desdicha y la reina pudo hacer de las suyas por muchos años, pues los incautos caían en sus redes creyendo gozar de la preferencia de tan hermosa soberana.

Final uno:
Fue así como surgió la Lesbos contemporánea, llena de mujeres libres y amantísimas de su mismo género, felices de contar con tan fieles servidores y tan bellas amantes.

Final dos:
Y así fue como, por falta de sementales y no por una gran inundación como suelen contarnos, desapareció la Atlántida de la faz de la Tierra. La última en morir fue su reina, amargada y lujuriosa, frente a una gran ruma de huesos de cada hombre de su reino que fue a morir a sus pies, a las puertas del palacio imperial.

Final tres:
Solo un basto cazador se salvó de aquella "tala", pues se había adentrado en el bosque por una larga temporada. Al regresar al poblado, los ojos lujuriosos y los cuerpos ardientes de todas las mujeres del reino le dieron la señal de alerta. Fortachón, inteligente y discreto como era, regresó sobre sus pasos, se construyó una hermosa cabaña en los linderos del bosque y ejerció un reinado paralelo: el de los placeres sexuales y sibaritas, de la mano de todas las mujeres -y uno que otro hombre- que se turnaron siempre para llevarlo a una vejez feliz, pródiga en bienes y plena de jornadas muy amenas.
¿Y la reina?... ¡Ah!, la reina pasó a la historia por ser a pionera de la industria de los consoladores y otros dispositivos para damas y caballeros... Murió joven y muy amargada por el rencor y la tristeza.
B. Osiris B.

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