Hoy muere la cucaracha Blanca. Se atragantará con su verborrea y sus mentiras. Le han servido muchas pastas y frutos frescos del huerto. Me ha mirado, como queriendo mi atención; pero, al verla de soslayo, cambié mi ruta. Hoy muere. Estaré cerca para ver su caída, pero no dejaré notar mi presencia. Es el momento protagónico por el que tanto ha luchado y es tiempo de que lo viva (o lo muera).
Pasaron seis horas mientras agonizaba. Tuve que retirarme, su fétido aliento era inaguantable y mis vísceras no dan para tanto. Entré a mi madriguera y desde allí, en la distancia, la vi patalear por mucho tiempo.
No, no me alegro de su muerte. Solo siento un descanso porque ya no seguirá comiendo de mi despensa ni tomando de mi fuente mientras balbucea los chismes de las otras madrigueras, cual si con su asquerosa palidez señoreara por mis predios.
No, tampoco fui yo quien preparó la estocada final. Fui testigo silente de lo que hicieron los animales del bosque para vengar tanta injusticia, tanta intromisión y tantas mentiras. Y callé. Callé cómodamente, como callo ahora, que sus dos huevecillos son devorados por la serpiente gris. ¡Es hora de dar una ronda por el huerto!
B. Osiris B.
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