martes, 5 de noviembre de 2013

Belladona



(Fotografía tomada de internet)

Sus padres habían elegido aquel nombre porque les resultaba sonoro y muy bonito y se imaginaban que al crecer la niña y al hacerse señorita la haría honor a su nombre.  Y así fue; de niña tierna con mirada profunda, inteligente y muy pensante, pero sombría; a lo mejor no solo por el color de los ojos sino por una obscuridad en lo profundo de su mirada se tornó en adorable señorita.  Alta, estilizada, ojos color de uva madura y  como nubes que revoloteaban adentro, bien adentro de ellos.  Y es que ellos son el espejo del alma.  En el fondo de ella también habían deseos, sueños, pasiones que intentaba doblegar pero que por más que lo intentaba no lo lograba.
Se casó y tuvo hijos y seguía fingiendo que no pasaba nada pero si pasaba.  Un día encontró una planta en el jardín que llamó poderosamente su atención.  La maceró y con sus jugos aderezó la cena.  Murieron todos.  El esposo, los hijos  y hasta el perro que ella tanto amaba.  Ella misma se debatió entre la vida y la muerte pero recuperada luego brilló de nuevo.  Otro hombre, otra familia y la misma suerte.  En una ciudad lejana por supuesto.
Ahora ella sí, lucía con dignidad y prestigio su hermoso nombre;  Belladona.  Aunque algunos otros podrían definirla como la  "Viuda negra".

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