No bien acababa de abrir los ojos comprendió que todo era diferente. El olor a musgo le llenó la nariz y el balar de las ovejas fue música en sus oídos.
La cama suave al
irse a dormir ahora no era tan suave, si calientita pero algo no muy cómodo se
sentía abajo de la sábana tampoco tan tersa.
No quería abrir los
ojos pues el sueño a pesar de todo no le molestaba. Al cabo de un buen
rato por fin tuvo que hacerlo.
Y se vio ahí, en
medio de la sala en el pequeño pesebre que había construido el día anterior.
Por supuesto que no
era el niño Dios. Solo haría que su
pequeña cama estuviera caliente y confortable para el momento en que el
llegara.
¡Ah, qué lindo era todo! La
sensación de bienestar le duró el día entero.
Patricia Lara P.
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