7 de 9, Patricia:
Séptimo ejercicio con aire urbano... ¡a ver qué resulta!... Me quedan dos, puedo parirlos, pues están en gestación las ideas... pero otras cosas me ocupan, así que creo que ahí quedan... ¡el deber me llama, pero le dejo a este niño pa´que lo críe, jajajaja!
Séptimo ejercicio con aire urbano... ¡a ver qué resulta!... Me quedan dos, puedo parirlos, pues están en gestación las ideas... pero otras cosas me ocupan, así que creo que ahí quedan... ¡el deber me llama, pero le dejo a este niño pa´que lo críe, jajajaja!
Una Estella de atraco
Suena la última campanada llamando a
misa. Estella se levanta enfurruñada, coge un cuenco de agua, humedece su cabello,
recoge los cartones –casa y cama de su nómada estadía- y, resuelta a sonreír de
nuevo a esta vida de penurias que en su mundo no existe, toma un espejo partido
que sólo arroja el reflejo de la mitad de su rostro. Se levanta el copete,
sonríe, da una segunda sacudida a los cartones que apila al borde del barranco
que es su morada. Con un brinco de gacela, salta la barda que separa el
barranco de la autopista. Camina por la orilla de la vía rápida en sentido
contrario al flujo vehicular. Hurga en el fondo de lo que ella llama su “bolso
de mano” –un andrajoso vestigio de lo que fuese una cartera Louis Vuitton- y
saca con una mirada pícara, imitando las poses de una streapper, un pequeño
traje de Santa, muy femenino y sensual y opuesto totalmente en estilo y estado
de conservación al bolso que ha sido su reservorio.
Estella sonríe al percatarse que el
tráfico se detiene para ver su show. Se posa en la rama en una mata de guayaba
que crece a la vera de El Guaire con la habilidad de una joven malabarista y en
un dos por tres, la andrajosa limosnera se convierte en una sensual “Santa
Claus” que causa una congestión fenomenal en la autopista. Se oyen carcajadas
de los choferes, las mujeres gritan y uno que otro atrevido grita: “¡esa tipa
está de atracoo!”. Se oyen silbidos, gritos aupando a la revelación del día.
En dos brincos, se baja de la rama, hace
una reverencia y –hurgando de nuevo en el mágico bolso- saca un megáfono, y
grita: “Feliz Navidad”. La gente, entre impresionada y divertida, no logra
asimilar la sorpresa de ver surgir de entre los vehículos más de una docena de
duendecillos –jóvenes adolescentes- que, pistola en mano, arrancan celulares,
carteras y cuanta pertenencia de valor tengan a mano pilotos, copilotos y demás
acompañantes.
Otros dos brincos, de vuelta al árbol
Stella vuelve a dar el show con sus erectos senos al aire. ¡Más sorpresa!,
suena una sirena. Sensación colectiva de alivio ante la posible presencia
policial. Desaparecen los duendes en una carrera. Entre los senos y la sirena
nadie los vio partir. La gente comienza a bajar de los vehículos. Una moto.
Sirena más cercana. Un frenazo anuncia a un motorizado ataviado de Santa, a
juego con el traje de la comandante de la banda “Los Navideños”, muy buscada en
las últimas semanas. Otro brinco de Estella quien, con una gran carcajada, de
acróbata nudista, se torna en “parrillera” del recién llegado. Cierra el show
gritando: ¡Feliz Navidaaad!... y se pierden por las callejuelas de la ciudad,
aprovechando el tráfico y la confusión.
B. Osiris B.
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