Las
mariposas amarillas me cubrieron completa. Fue una experiencia maravillosa;
sentir cómo sus alas me acariciaban y dejaban en mí el polvillo dorado que las
cubría. Luego de un rato, depositaron su mayor tesoro, huevecillos minúsculos
cargados de vida, de promesas, de sonrisas y de alegría. Sentí cuando las
larvas se fueron liberando y se arrastraban buscando el mejor lugar para
alimentarse y ya saciadas y convertidas en orugas, construir sus crisálidas. Si
al principio fueron cientos ahora me cubrían miles, millones de mariposas que
abriendo sus alas al sol partieron dispuestas a dejar no solo su semilla sino
también la mía. Pues yo había sido su hogar, su casa.
Patricia Lara P.
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