Hoy es día de mercado y Margot, tan contenta como siempre,
se viste con su mejor sonrisa y revisa la lista que ha venido preparando para
la compra. En un tris, toma su cartera, su teléfono y se pone en camino. Ya en
el supermercado, revuelve sin cesar su cartera: mete la mano por un costado,
por el otro, rebusca en el centro ¡y nada!, ¡no logra recordar qué está
buscando! Así que, decidida a realizar su compra, va al área de perfumería,
toma jabón, crema dental, acondicionador para el cabello y paga su consumo.
Toma un taxi a casa y conversa amenamente con el taxista (¡y vieran qué suerte
tiene para hallar taxistas conversadores!). Al llegar a su destino, paga, se
despide del taxista –no sin antes tomar nota de su número telefónico (sí,
también ha olvidado que tiene una larga lista de taxistas en su agenda)- y
emprende camino a casa. Al llegar se consigue, justo sobre la biblioteca, un
curioso papelito que reza: “arroz, harina, célery, aceite…” y otro montón de
alimentos. Lo voltea, como buscando una identificación, algún dato más que le
dé indicios de la utilidad de aquella lista. Un repentino apremio por ir al
baño le hace abandonar el análisis. Va al baño y luego al dormitorio, se
cambia, toma un bolígrafo y una hojita de taco y comienza a hacer la lista del
mercado. La deja inconclusa. – Es que una lista de compras siempre está
inconclusa-, te dirá ella, y la fija con un alfiler a la pequeña cartelera que
tiene en una pared del cuarto, porque ella olvidadiza si es, ¡pero muy
juiciosa!
B. Osiris B.
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