viernes, 4 de octubre de 2013

Historias de Gustavo, un gatito madrugador





A las tres y cuarenta y cinco va llegando.  Encuentra la puerta cerrada así que empieza a darle golpes y a arañar.  Me he estado levantando a las cuatro y media pero las tres y media me parece un abuso total.  Llena de ira no contenida abro la puerta, lo tomo en mis brazos y bajo las escaleras.  Él marrullero ronronea y mece su cola.  No me dirijo a la cocina propiamente, ni a sus platitos de leche y comida sino a la puerta del patio.  La abro también y sin más dilación lo saco de la casa.  A esa hora en estas tierras no hace frío sino hiela.  No me importa... finalmente él tiene su abrigo de piel bien abrigadito y lo que deseo es darle un castigo que sea ejemplar.
Cierro la puerta y sin remordimiento alguno regreso a mi cuarto, a mi cama y me acuesto dispuesta a dormir casi dos horas más.
A las cinco y media me levanto de nuevo y ya mi hija lo dejó entrar al tiempo que lo ha besado y le ha dado  su comida.  Yo ni lo alzo a ver pues estoy muy enojada.
A las seis que la niña sale de la casa y sin darme yo cuenta el miserable se va para la calle.  Hago lo que tengo que hacer y como a las seis y cuarto al abrir para despedir al consorte, él entra de nuevo y esta vez con la cola entre las patas y pidiendo perdón (ja) pobrecito.
Ahora duerme en mi cama bien abrigado pues seguro tiene el frío reconcentrado.
Lo amo a pesar de todo, pero en serio espero que mañana no se despierte a las tres o un poco antes.

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