Se despertaba ensopada en sudor. La ropa completamente mojada y nadando en agua fría y salada. Pensaba; no en las molestias que eso le ocasionaba; sino en la descomposición de las prendas, las imaginó a punto de romperse en mil raídos trozos. Imaginaba también su piel cubriéndose de musgos y de lama.
En algunas ocasiones la despertaban los augurios, los malos auspicios.
Quedaba sentada en la cama con el corazón a mil por hora, mirando para todos
los lados y encendiendo luces para ver la hora y descubrir y alejar de los rincones
las cosas que la llenaban de terror.
A veces, un leve ruido la hacía saltar ahogando gemidos de dolor y
tratando de contener con las manos el corazón que se quería salir y echar
correr.
Bueno, pensaba ella. Debe ser
una de las tantas etapas de la vida... y hay que vivirla lo mejor que se
pueda. Sin quejas, sin reclamos, sin llantos intempestivos, sin risas
descontroladas... sencillamente había que vivir el momento, la hora, el minuto,
el segundo como fuera llegando. Lo mejor que se podía. Vivir o
sobrevivir. Pero seguir adelante sin pausa pero con prisa. No
estaba acostumbrada a dejarse vencer o amilanar por las circunstancias y una “etapa
de la vida” no la haría retroceder jamás.
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