A veces, la bruja que hay en mí sale. Se pasea y lo observa todo. Las cosas, la gente, el cielo, el suelo, las nubes flotantes y la luna danzante. Ella ama sobremanera la noche, la oscuridad que se va posando sobre todo, apoderándose de todo y tragándoselo todo.
Ella, con mirada
torva y desde el rabillo de su único ojo observa, calcula, mide, regatea, pues
este; ve por más de diez, de veinte, de treinta ojos sanos y sin lagañas.
Su giba crece entre
las sombras, aun cuando para ser sincera lo que se ve como joroba, es realmente
su gato negro agazapado sobre sus
hombros. Él también mira con ojos brillantes e inteligentes. Y habla.
No como hablamos nosotros; los seres humanos, sino como hablan los gatos.
Y mientras se expresa, se afila las uñas, se asea y observa a la bruja que pasea y también me observa a mí.
Yo siento temor de
ese gato, pero la bruja que hay en mi lo ama mucho. Lo alimenta con las
mejores cosas que encuentra a su paso. Corazones tiernos de niñitos,
lenguas de perritos, polleras de gallinas jóvenes y alas de pajaritos. Todo lo mejor en alimento es para su gato
A veces; la bruja
que hay en mí, sale de noche vestida de negro a observarlo todo y a aprender de
lo malo que cada uno de los personajes con los que se encuentra tiene.
Ella cada noche que pasa se hace más malévola y yo cada día que amanece le
tengo más temor.
Porque a la bruja que hay en mí, le
tengo miedo.
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