Imagínense ustedes, decirle a uno a estas alturas de la vida que ya no lo aman. Después de que vivió con él por años. Le ayudó a criar los hijos, lo acompañó a los bautizos primero y luego a los sepelios de amigos y conocidos. Noooo, si es que era el colmo. La verdad deseaba asesinarlo. Ella había planeado sus vidas juntos por siempre. Hasta que el pobre hombre muriera. Y resulta, que ahora le había dicho que ya no la quería. Que nunca la había amado y que su vida con ella había sido un gran error, seguido de un gran sacrificio. Pero que ya era el momento de cambiarlo todo. Que ya había encontrado el amor real. El amor para toda la vida. Pobre iluso ¡Cómo si le quedara mucha vida!
Y menos desde que le había dicho semejante locura. Porque eso de
asesinarlo se le hacía cada vez más real. La idea le bailaba en la cabeza
con frenesí. Y es que ella se había casado con ese hombre hasta que
"SU" muerte (de él) los separara.
Estaba loco si creía que ella iba a dejar que arrojara su vida, sus sueños
y hasta su futuro por la borda. Ella pensó en que podía terminar sus años
mal, arruinado todo lo construido. Pero igual él ya había asesinado sus
planes y ya lo que pudiera suceder no importaba.
Habló con su esposo con suavidad, le dijo que necesitaban conversar,
aclarar las ideas y llegar a acuerdos que les sirvieran a ambos. Que necesitaban tiempo solos para hacerlo, y que después de eso, ella gustosa le firmaría
lo que él quisiera.
Lo llevó a una cabaña en las montañas y allí procedió a
asesinarlo. Un balazo certero en medio del pecho cuando el tipo menos lo
esperaba pues acababan de llegar y aun no bajaban del auto las maletas. Nadie escuchó nada. Por consiguiente
nadie se aproximó a preguntar nada. Habían hablado de una semana alejados
del mundo. No celular, no tiendas, no amigos y mucho menos novia. Le dijo también que no se preocupara de nada,
que ella compraría provisiones y se encargaría de todo como siempre lo había
hecho hasta el momento.
Así que ella; previsiva como siempre fue, llevo sal, café, un poco de azúcar
y nada más. Procedió entonces a cortarlo
en trocitos y lo fue preparando y comiendo despacio. Todos los día un
buen trozo. Ya al final de la semana no quedaba mucho de que deshacerse y
entonces sepultó lo que quedaba abajo de un hermoso ciprés. Plantó sobre
él minúsculas margaritas silvestres y desde la puerta de la cabaña le dio su
último adiós.
Lo buscaron por todas partes y al preguntarle, ella dijo que él nunca
había llegado a la cabaña. La novia lo indagó durante un tiempo y luego
consiguió un nuevo amor y lo olvido por siempre.
Y ella, cada año; partía a la cabaña
que posteriormente compró con el seguro del hombre. Finalmente había logrado lo
que deseaba. Vivir con él hasta el final
de sus días. Así que en las mañanas hablaba
con él mientras sorbía su café matutino y antes de dormir le daba las buenas
noches.
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