viernes, 18 de octubre de 2013

Hasta que tú muerte nos separe





Imagínense ustedes, decirle a uno a estas alturas de la vida que ya no lo aman.  Después de que vivió con él por  años.  Le ayudó a criar los hijos, lo acompañó a los bautizos primero y luego a los sepelios de amigos y conocidos.  Noooo, si es que era el colmo.  La verdad deseaba asesinarlo.  Ella había planeado sus vidas juntos por siempre.  Hasta que el pobre hombre muriera.  Y resulta, que ahora le había dicho que ya no la quería.  Que nunca la había amado y que su vida con ella había sido un gran error, seguido de un gran sacrificio.  Pero que ya era el momento de cambiarlo todo.  Que ya había encontrado el amor real.  El amor para toda la vida.  Pobre iluso ¡Cómo si le quedara mucha vida!
Y menos desde que le había dicho semejante locura.  Porque eso de asesinarlo se le hacía cada vez más real.  La idea le bailaba en la cabeza con frenesí.  Y es que ella se había casado con ese hombre hasta que "SU" muerte (de él) los separara.
Estaba loco si creía que ella iba a dejar que arrojara su vida, sus sueños y hasta su futuro por la borda.  Ella pensó en que podía terminar sus años mal, arruinado todo lo construido.  Pero igual él ya había asesinado sus planes y ya lo que pudiera suceder no importaba.
Habló con su esposo con suavidad, le dijo que necesitaban conversar, aclarar las ideas y llegar a acuerdos que les sirvieran a ambos.  Que necesitaban tiempo solos para hacerlo,  y que después de eso, ella gustosa le firmaría lo que él quisiera.
Lo llevó a una cabaña en las montañas y allí procedió a asesinarlo.  Un balazo certero en medio del pecho cuando el tipo menos lo esperaba pues acababan de llegar y aun no bajaban del auto las maletas.  Nadie escuchó nada.  Por consiguiente nadie se aproximó a preguntar nada.  Habían hablado de una semana alejados del mundo.  No celular, no tiendas, no amigos y mucho menos novia.  Le dijo también que no se preocupara de nada, que ella compraría provisiones y se encargaría de todo como siempre lo había hecho hasta el momento.
Así que ella; previsiva como siempre fue, llevo sal, café, un poco de azúcar y nada más.  Procedió entonces a cortarlo en trocitos y lo fue preparando y comiendo despacio.  Todos los día un buen trozo.  Ya al final de la semana no quedaba mucho de que deshacerse y entonces sepultó lo que quedaba abajo de un hermoso ciprés.  Plantó sobre él minúsculas margaritas silvestres y desde la puerta de la cabaña le dio su último adiós.
Lo buscaron por todas partes y al preguntarle, ella dijo que él nunca había llegado a la cabaña.   La novia lo indagó durante un tiempo y luego consiguió un nuevo amor y lo olvido por siempre.
Y ella, cada año; partía a la cabaña que posteriormente compró con el seguro del hombre. Finalmente había logrado lo que deseaba.  Vivir con él hasta el final de sus días.  Así que en las mañanas hablaba con él mientras sorbía su café matutino y antes de dormir le daba las buenas noches.


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