Como si de rocas enormes y puntiagudas se tratara, él le arrojaba
palabras. Algunas caían sobre su cara, su cabeza, sobre tu tronco
adolorido. Otras a los lados causándole casi tanto terror como aquellas
que si daban en el blanco.
Ella esperaba por fin la caída de la
última piedra-palabra para por fin exhalar
la última gota de aire y de dolor que la liberaría.
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