Escuché unos gemidos. Una niña al parecer se ahogaba. Mire a todos los lados y nada. La soledad era la que me acompañaba. La soledad y una oscuridad tal que si estiraba las manos no lograría ver la punta de mis dedos.
Un nuevo gemido me erizó la piel, el cabello en la nuca casi chuzaba como agujas de heno.
Otro gemido más, más cerca, más audible casi detuvo mi corazón al galope.
Al cabo de un siglo o de un instante, sentí unos dedos helados que se aferraban a mis brazos.
Cerré los ojos, apreté mis manos y di un grito estentóreo.
Presurosos llegaron hasta mi cuarto mis hermanos, mi madre y hasta el gato.
Casi los mato del susto.
Patricia Lara P
No hay comentarios:
Publicar un comentario