Azul
Índigo es una morena. Es oscura. Con una oscuridad escandalizante en su alma y -para algún desubicado- en su piel. Azul nocturno como el cielo que no puede -que no quiere- ver. Oscura su piel, como su pasado que la compele a recluirse entre cuatro paredes, huyendo de las manos del mundo que la señalan, negando la responsabilidad de quienes rasgaron el valor de su integridad.
Azul, como el rastro de los cardenales, como el uniforme de quienes no atendieron su queja, como la pintura descascarillada de aquella sala donde curaron sus heridas físicas y ahondaron las de su alma.
De niña, Índigo paseaba bajo el brillante cielo azul. Hoy no lo disfruta. Se oculta en su piso, aislada y temerosa, añorando el tiempo en que, en la inocente felicidad de la infancia, nada le parecía amenazante. Y teme lo que se esconde en las mascarillas, azules, como el cielo y como el miedo que la embarga al pasar entre tantos extraños que deambulan por esta ciudad tropical en la que (des)habita hace un año.
Y espera, Índigo en la soledad, a que el dolor se vaya. Y canta en solitario, para que el temor desaparezca.
B. Osiris Bocaney
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