Escape (¿del Infierno?)
Le gustaba hablar y su lengua, entumecida, le negó el placer
de la palabra viva. Adoraba leer y el dolor de sus ojos, avejentados y entre brumas, le alejó de sus añorados textos. Disfrutaba cantar y su mente, obnubilada y confusa, ya no supo siquiera imaginar un melodía con el tono de su propia voz. Le gustaba cocinar y crear en la cotidiana cocina casera y el abandono del gusto y olfato le sumieron en una oquedad sensorial. Aprendió a abrazar tardíamente y el dolor lacerante de su piel, hipersensible al tacto, le negó el placer del afecto corpóreo. Gozaba de bailar, aún en la soledad, Gozaba de bailar, aún en la soledad, y sus pies, lerdos y adoloridos, ya no supieron acompasar el ritmo cadencioso de ninguna melodía. Se refugiaba, a pleno sol, en el canto del oleaje allende los malecones, y las autoridades le impidieron viajar, en cumplimiento de la cuarentena. Adoraba sentir la fresca brisa en su cara, y le obligaron a usar mascarillas.
Un buen día, en la total desnudez de su alma y cuerpo, salió al alba: bañó su blanca piel con los primeros rayos de sol y se adentró -respirando matinales gotas de rocío- montaña adentro, dejando atrás únicamente el rastro de la huella de sus felices pies descalzos.
Y fue flor, perfume, dulce néctar, fresca brisa y dulce melodía. ¡Fue!
B. Osiris Bocaney
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