Y esa fue la última vez que me puso las manos encima. Llegó borracho, últimamente se le había vuelto maña. Al principio me quedaba callada, pero ese día no aguanté más y le recriminé. Envalentonado por el trago y la maña me miró con odio. Luego de que yo seguía con mis argumentos, tratando de no hacer ruido por los niños y por los vecinos se me vino de frente con los puños apretados y mascullando maldiciones. Tuve miedo, el era mucho más grande que yo. Y además un macho sin control debido al alicoramiento y la furia a lo mejor contenida por años. Levanté las manos de uñas largas muy finas y sin querer; únicamente por el reflejo. Le arañé la nariz. Y ahí fue Troya. Arremetió contra mi con los puños cerrados y me descargó un golpe fuerte. Me sentí mareada y me sostuve en el mesón de la cocina. Al hacerlo mi mano sintió el mango de algún elemento de cocina y sin dudarlo se lo empuje entre las tripas. Vi el asombro en sus ojos. Vi que se llevaba las manos al abdomen y que de entre los dedos viva, brillante y alocada fluía sangre a torrenciales cantidades. Me vi, mirarlo asombrada y luego... Al cabo de un tiempo, con el exhalé un muy audible suspiro. Pues si. Esa fue la última vez que me puso las manos encima.
Patricia Lara P
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