martes, 4 de febrero de 2014

Venus




Venus la llamaron y contrario a todo pronóstico ni fue bella, ni fértil, ni amó, ni fue amada;  ni nada.  Creció entre las sobras de una enorme y vieja casa  a punto de caerse.  Ella misma olía a humedad y a moho.  El cabello se le caía por montones y su cabeza ya casi calva, ni siquiera brillaba.  Las raíces de sus dientes entre verdes y negras ya ni siquiera dolían.
Bruja, la llamaban los niños que acertaban a reunirse frente a la casa para arrojar piedras y suciedades a la puerta y las paredes.  Al principio lloraba su destino.  Luego ya adaptada a él, solo miraba.
La sonrisa nunca iluminó su rostro y sus ojos habían derramado todas las lágrimas que le habían sido destinadas para esta vida y las otras.  Después de sufrir tanto o como algunos decían de tocar fondo, solo restaba subir y ser feliz.  Pero la felicidad era solo una palabra esquiva e incluso mal empleada.  Pues la felicidad es solo un estado momentáneo de la vida o de la naturaleza animal.
La casa terminó cayéndose un día entre tantos y ella vieja ya y hasta renga no logró salir, así que el pueblo aquel se ahorró hasta su sepelio.  Nadie la lloró, nadie la extrañó, nadie la buscó entre las rocas que la cubrían completa, y lo peor de todo es que aún continuaba viva.
¡Qué vida triste la de aquella Venus!
Un día cualquiera de entre aquellas  rocas salió una plantita que fue creciendo, creciendo.  Nadie le prestó atención, como tampoco se la habían prestado a ella;  hasta el momento aquel en el cual Venus lo abrazo todo.  Los hombres, las mujeres y los niños fueron cobijados por la planta.  El pueblo fue borrado hasta del mapa, pues aquellos que vinieron a buscar sus familias solo encontraron la hermosa y frondosa  enredadera envolviéndolo todo, ahogándolo todo.
La gente de aquel pueblo, se olvidó de Venus, pero ella como su nombre lo indica siendo la diosa del amor, de la fertilidad y de la belleza.  No los olvidó ellos.

Patricia Lara P.

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