Venus la llamaron y
contrario a todo pronóstico ni fue bella, ni fértil, ni amó, ni fue
amada; ni nada. Creció entre las sobras de una enorme y vieja casa a punto de caerse. Ella misma olía a
humedad y a moho. El cabello se le caía por montones y su cabeza ya casi
calva, ni siquiera brillaba. Las raíces de sus dientes entre verdes y
negras ya ni siquiera dolían.
Bruja, la llamaban
los niños que acertaban a reunirse frente a la casa para arrojar piedras y suciedades
a la puerta y las paredes. Al principio lloraba su destino. Luego
ya adaptada a él, solo miraba.
La sonrisa nunca
iluminó su rostro y sus ojos habían derramado todas las lágrimas que le habían
sido destinadas para esta vida y las otras. Después de sufrir tanto o
como algunos decían de tocar fondo, solo restaba subir y ser feliz. Pero
la felicidad era solo una palabra esquiva e incluso mal empleada. Pues la
felicidad es solo un estado momentáneo de la vida o de la naturaleza animal.
La casa terminó cayéndose
un día entre tantos y ella vieja ya y hasta renga no logró salir, así que el
pueblo aquel se ahorró hasta su sepelio. Nadie la lloró, nadie la
extrañó, nadie la buscó entre las rocas que la cubrían completa, y lo peor de
todo es que aún continuaba viva.
¡Qué vida triste la
de aquella Venus!
Un día cualquiera
de entre aquellas rocas salió una
plantita que fue creciendo, creciendo. Nadie le prestó atención, como
tampoco se la habían prestado a ella; hasta el momento aquel en el cual Venus lo
abrazo todo. Los hombres, las mujeres y los niños fueron cobijados por la
planta. El pueblo fue borrado hasta del
mapa, pues aquellos que vinieron a buscar sus familias solo encontraron la
hermosa y frondosa enredadera envolviéndolo
todo, ahogándolo todo.
La gente de aquel pueblo, se olvidó de Venus, pero ella como su nombre
lo indica siendo la diosa del amor, de la fertilidad y de la belleza. No los
olvidó ellos.
Patricia Lara P.
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