Y
en la lejanía, el Señor de los Astros, a veces malévolo y a veces bonachón, se
reía de su desdicha y sus sinsabores, maquinando -al mismo tiempo- una forma de
dar solución a tan malhadada situación... Él sabía que sus dos bien amados
sufrían en silencio, ¡los conocía! Y, aunque le parecían graciosos sus
pensamientos y elucubraciones, se devanaba los sesos, buscando una respuesta.
Mientras, Don Sol, confundido y abrumado, se escondía entre las nubes, o salía en plena lluvia; luego se ocultaba, apenado, ante los reclamos de las nubes (cosa que al Arcoíris le divertía mucho, pues era la ocasión propicia para lucir sus más hermosos colores). ¡Es que esa señorita Luna era tan blanca, tan radiante, tan… tan… tan Luna, que aah!
Señorita Luna, por su parte, no dejaba de menguar ante tanta incertidumbre, sus ciclos se habían alterado y eso no era para nada bueno… ¡es que el Sol era tan guapo, tan cálido, tan aah!
De pronto, el Señor de los Astros tuvo una ingeniosa idea: sí, era cierto que no podrían estar por siempre juntos pero, ¿qué tal si, cada cierto tiempo, les dejaba pasar unas horas juntos? Una vez de día, para disfrutar la belleza de los prados, otra vez de noche, para que las estrellas con sus constelaciones les regalasen los más bellos fuegos de artificio… ¡sí, esa era la solución!
La primera vez fue una cita a ciegas, llegaron al lugar casi al unísono, se rozaron, se miraron ¡y la entrega fue un hermoso eclipse total! Aquel beso astral conmovió profundamente al Señor de los Astros, que lloraba y reía… todo el reino celestial, de hecho, irradiaba alegría. Luego de unos instantes, se separaron, en la promesa de verse para amarse en el próximo eclipse, esperando con el mismo amor cada nuevo encuentro para ser felices un instante eterno y volver a esperar al próximo eclipse para regalarse un toque de amor celestial.
Mientras, Don Sol, confundido y abrumado, se escondía entre las nubes, o salía en plena lluvia; luego se ocultaba, apenado, ante los reclamos de las nubes (cosa que al Arcoíris le divertía mucho, pues era la ocasión propicia para lucir sus más hermosos colores). ¡Es que esa señorita Luna era tan blanca, tan radiante, tan… tan… tan Luna, que aah!
Señorita Luna, por su parte, no dejaba de menguar ante tanta incertidumbre, sus ciclos se habían alterado y eso no era para nada bueno… ¡es que el Sol era tan guapo, tan cálido, tan aah!
De pronto, el Señor de los Astros tuvo una ingeniosa idea: sí, era cierto que no podrían estar por siempre juntos pero, ¿qué tal si, cada cierto tiempo, les dejaba pasar unas horas juntos? Una vez de día, para disfrutar la belleza de los prados, otra vez de noche, para que las estrellas con sus constelaciones les regalasen los más bellos fuegos de artificio… ¡sí, esa era la solución!
La primera vez fue una cita a ciegas, llegaron al lugar casi al unísono, se rozaron, se miraron ¡y la entrega fue un hermoso eclipse total! Aquel beso astral conmovió profundamente al Señor de los Astros, que lloraba y reía… todo el reino celestial, de hecho, irradiaba alegría. Luego de unos instantes, se separaron, en la promesa de verse para amarse en el próximo eclipse, esperando con el mismo amor cada nuevo encuentro para ser felices un instante eterno y volver a esperar al próximo eclipse para regalarse un toque de amor celestial.
B.
Osiris B.
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