Me gusta el arroz recalentado y si está
un poco dorado o tostado mucho mejor.
Me gusta levantarme temprano y
acostarme igual; temprano.
Me gusta observar a la cara a la
gente, directico a los ojos. Yo conozco
mucho de las personas por la forma en que miran.
Me gusta abrazar apretado.
Me gusta la arepa con mantequilla,
caliente y doradita.
Me gustan los frijoles con chicharrón
y el sancocho que yo misma preparo.
Me gustan los buñuelos estallados;
esos a los que se les sale por un lado un pedacito de masa y se dora y queda
"deforme" pero rico.
A propósito de eso tengo una historia.
Hace años, estando en Damasco Antioquia, compré en la tienda de la plaza
un hermoso buñuelo; de esos, de los deformes. Me lo voy comiendo
despacio, disfrutándolo y dejando para lo último el trocito salido desde adentro.
Voy caminando con el consorte, nos sentamos en el kiosco a tomar un refresco
mientras sigo sin prisa ni pausa comiéndome el buñuelo -disfrutándolo-
De pronto se acerca "Canelo", uno de los tantos perros del
pueblo. Agita su cola y saluda. El consorte con ganas de
agasajarlo. Arranca de mi buñuelo el trocito que he estado guardando para
el final y sin dilación ni darme tiempo a decir nada se lo mete al perro en el hocico.
Lo quiero asesinar, abro los ojos desmesuradamente y le digo casi con
llanto. "Por qué hiciste eso" Me responde, "Creí que
no querías ese pedazo". Pedazo vos pendejo.
Aun hoy le recuerdo la historia y se la cuento a todo aquel que la
quiera oír y a partir de hoy a todo aquel que la quiera leer. Ayyyyy, ese
hombre está vivo de milagro.
Creo que en otro momento seguiré contándoles
lo que me gusta, pues tengo que ir a ver si consigo un buñuelo.
Patricia Lara P.
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