A Margot no le gustan las promesas. Piensa que son la vía más directa para la decepción y el desencuentro de las personas. Siempre recuerda una película (no recuerda cuál) en la que Shirley Temple (o cualquier otro niño de película a blanco y negro) llora, reclamándole a un adulto en un mar de lágrimas y desconsolación con la frase “lo prometiste”. También recuerda el desasosiego y la tristeza que sentía pues, siendo niña ilusa y soñadora, no reconocía casi nunca la diferencia entre las historias contadas en las películas y la realidad, así que lloraba con la niña de la película y hasta más que ella. No, definitivamente, que no le gustan las promesas. Por eso siempre se prometió a sí misma no prometer nada a nadie, para que no sufriera por su causa.
Cantan las aves y Margot vuelve de su ensueño. Tiene un desasosiego en el pecho, como el que deja alguna promesa no cumplida, ¡una promesa rota! No logra recordar por qué comenzó a divagar respecto al tema (como casi nunca recuerda las razones de sus desvaríos). Un suspiro liberador le sale del pecho y una lágrima le recorre el rostro. La incertidumbre de un recuerdo no encontrado y la certeza de una promesa lanzada al viento la entristecen. Otro suspiro. Trinan las aves, canta un gallo y Margot se despereza. Un brinquito de la cama ¡y a darse un buen baño para olvidar que no recuerda la promesa que la entristeció por un instante! Sonríe y dice:
- ¡Buenos días, alegría, prometo no entristecerme más por hoy!
Para sus adentros, se carcajea diciendo: “¡ooops, verdad que no me gustan las promesas!”
Cae el agua de la regadera y una carcajada resuena por toda la casa.
B. Osiris B.
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