lunes, 9 de junio de 2014

¡Ah, malaya, un frijolito!




¡Ah, malaya, un frijolito
que el destino me marcara!
¡Ah, malaya, ni llorando,
pude hacer que retoñara!

Allá, en mi primera infancia
siendo un crío bien plantado
un momento malhadado
se me llevó la arrogancia.
Párvulo de gran prestancia
me creí de carajito
y sembré mi frijolito
para una clase de ciencia
que acabó con mi paciencia,
¡Ah Malaya un frijolito!
Me empeciné en el frasquito
poniéndole mucho empeño
pero se me frunció el ceño
cuando se puso sequito.
Sembré yo mi frijolito,
al reto le planté cara
y “en viendo” que me fallara
hasta lo quemé en alcohol
¡pa´ vengarme del frijol
que el destino me marcara!
Lo lloré de noche y día
parecía una Magdalena
me daba tristeza y pena,
¡me robaba la alegría!
Y así pasaron los días
por un frijol, yo, penando,
ante todos fracasando
con mi frijolito muerto
y no retoñó mi huerto
¡ah malaya, ni llorando!
La maestra me lo dijo
hablándome por lo bajo
y me dolió su desparpajo
cuando me soltó un “ay, mijo”
Lo hice mal, yo no transijo,
¡sabe Dios qué me fallara!
El colmo fue que tratara
hasta de resucitarle
¿lo peor?: ¡que, ni con rezarle,
pude hacer que retoñara!
B. Osiris B.

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