Se acurruco e intentó dormir. Cerró los ojos fuertemente, se
abrazó con la misma intensidad a su almohada y a pesar de sentir el calor de
las cobijas sobre su cuerpo percibió hielo
en los huesos.
La soledad del alma le dolía tremendamente. Sintió escozor en los
ojos y una sensación similar a arena que
la obligaba a parpadear fuertemente y
por consiguiente a lagrimear. Las gotas fluyeron; parecieran reconocer el
camino que limpiaba el espíritu.
Gemía, suspiraba, se abrazaba, se
ahogaba. Las lágrimas habían humedecido la almohada y danzaban en
ella. Las veía felices bailar, cantar y retozar, mientras ella y su alma
se deshacían en doloroso llanto.
Patricia Lara P.
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