La miraba de lejos, a su modo de ver era la mujer ideal. Por lo menos físicamente lo era. Ojos tan bellos, sonrisa tan perfecta, mirada soñadora, manos lindas, pulcras, piernas divinas, color ideal, cabello claro; largo y ensortijado. Mejor dicho era lo que él siempre decía; "La mujer que yo me merezco".
Soñaba con ella dormido y despierto y se la pidió tanto al cielo, a
Dios, a los elementos, que un día casi sin pensarlo la llevaba al altar.
Pensó que sería plenamente feliz de ahora en adelante. Imaginó que
la mujer con la que había compartido su vida hasta el momento era un demonio
del destino y que la pesadilla se había terminado. Que de ahora en adelante solo habría felicidad
en su camino.
Gracias. Se dijo, y en voz alta de nuevo le agradeció a todos y
a todo por tener aquella maravillosa y perfecta mujer a su lado.
De pronto, el ángel soñado se transformó en demonio, actuaba similar a
la tan odiada predecesora y la crueldad le asomaba en los ojos.
Ya
que lo que él no sabía era que tanta
perfección exterior ocultaba lo que a su modo de ver era imperfección. Y
lloró amargamente imaginando la vida que le esperaba.
Patricia Lara P.
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