jueves, 25 de agosto de 2011

Tarea y recompensa.

Un día Dios padre misericordioso se va a acercar a mí. Y me va a pedir cuentas. No cuentas de mi vida; de lo bueno o lo malo que hice. Sino que me va a pedir cuentas sobre la labor que desempeñé contigo y respecto a ti.

Él puede felicitarme; y eso sería maravilloso. A lo mejor me diga; que fui excelente contigo, que te lleve por el buen camino, que te acompañé, que te respeté, que te di las herramientas necesarias para ser el mejor ser humano posible, la mejor persona y por supuesto el hombre o la mujer de bien que él deseaba fueras. Él dirá que fuiste feliz gracias a mi compañía y apoyo incondicional y por lo tanto la labor fue cumplida a total cabalidad.

También es posible que él me mire airado y me diga: Te entregué una de mis mejores obras, hecha con magnífica arcilla aun no cocida y perfectamente moldeable. Habrías podido lograr que fuera feliz haciendo lo que deseaba hacer. Pero no; tú deseabas que fuera lo que tú querías, lo que tú considerabas éxito asegurado y a toda costa y claro, lo que hiciste fue que fuera infeliz. Un ser miserable y moldeado a tu amaño y antojo. Un títere en tus manos e incapaz de luchar y de vivir su vida. Tú no supiste vivir la tuya y deseaste vivirla en mi creación, arruinándola irremediablemente. Yo confié en ti y no supiste entenderme a mí y mucho menos entenderlo a él o ella.

Lo único que tenías que hacer era acompañarlo en su camino. Derecho o tortuoso, ir enderezando amorosamente sus ideas y moldeando su carácter y proveyéndole además los recursos para que fuera hombre o mujer. Tú en cambio, en tu infinita ignorancia y desconocimiento del ser. Decidiste que eras poseedor de la verdad absoluta y absolutamente triste lo volviste. Triste, gris, oscuro. Un fantasma creaste en una de mis mejores obras.

¿Cómo crees tú que debo calificar tu acción? Quizás debo premiarte pues según tú, hiciste tu mejor esfuerzo y peor esfuerzo es el que no se hace. Pero tu esfuerzo redundó en tristeza, rabia, dolor y miedo.

Convertiste a nuestra obra -creación mía y resultado tuyo- en un ser dolido y adolorido. No puedo decir que hiciste lo mejor, pues no cumpliste. Y como en este caso en particular la mejor acción para ti no lo fue para él o para ella.

Ahora, a pesar de tu dolor, yo tomo lo que es mío, lo recojo, lo recupero y por supuesto lo salvo. Haré lo necesario para que sea feliz pues habiendo confiado en ti me equivoqué. No llores, no te lamentes. Él regresa a mi seno y tan pronto como encuentre a alguien indicado lo entregaré de nuevo; esperando eso sí que ahora no se incurra en errores.

Ahora que pensándolo bien hijo mío no debo tampoco ser tan cruel, no debo juzgarte duramente. Yo mismo me equivoqué; confié mucho en la obra que había hecho en ti y decidí hacerte partícipe del milagro de la vida. Soy padre y no te culpo, se que hiciste lo mejor pero eres humano, falible por supuesto, por tu propia condición de tal.

Así que yo ahora, después de conocer esa disertación y por supuesto pensando siempre; no en el rendimiento de cuentas sino en ti hijo mío; hago todo lo posible por ser tu apoyo, tu guía y tu compañía. Espero no decepcionarte primero a ti, luego a mí y a la humanidad que seguro será mejor con tu ayuda y tu presencia. Y luego pero no por eso menos importante, por supuesto espero no decepcionar a nuestro padre y creador.

Aquel que depositó su confianza en mí y me otorgó el milagro de la vida y el insuperable regalo de ser tu padre y tu compañía.

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