Enloquecía por mantenerse joven, era del criterio de que la sangre de niños, derramada directamente sobre su rostro y cuerpo era el remedio más eficaz. Pero, porque todo tiene un pero... No sé atrevía a robarse un niño y luego asesinarlo. Así que, recurrió a medidas no tan extremas. Hizo negocio con el sepulturero, el cual le suministraba grasa de sus clientes más sanos y rubicundos. Obviamente muertos. Cada tanto el hombre llegaba con un paquete a su puerta, el cual era recibido con regocijo. Unos días después, la piel tersa de la mujer, demostraba sus beneficios.
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