Inconfesable
Lloraba inconsolablemente. No
hacía aspavientos. Sencillamente sus lágrimas rodaban incansables por las
mejillas. A veces un hondo suspiro levantaba esos senos turgentes. Él
no podía parar de mirarla y un deseo profundo de abrazarla, de consolarla le
embargaba todo.
Pobrecilla. ¿Qué sería lo que le ocasionaba ese dolor tan grande?
De pronto sus ojos casi obligados descendieron a regañadientes por su cuerpo. Ese hermoso y plano abdomen, esa divina cadera, esas piernas magnificas… hasta los que presumía serían unos pies tan perfectos y magníficos como el resto de la admirable dama. Pero no. ¡Oh gran sorpresa! Esos pies trataban que escapar de las sandalias que los atrapaban y que ningún otro calzado muy seguramente lograría contener.
Pobrecilla. ¿Qué sería lo que le ocasionaba ese dolor tan grande?
De pronto sus ojos casi obligados descendieron a regañadientes por su cuerpo. Ese hermoso y plano abdomen, esa divina cadera, esas piernas magnificas… hasta los que presumía serían unos pies tan perfectos y magníficos como el resto de la admirable dama. Pero no. ¡Oh gran sorpresa! Esos pies trataban que escapar de las sandalias que los atrapaban y que ningún otro calzado muy seguramente lograría contener.
Unos dedos enormes, contrahechos la
desfiguraban plenamente.
Después de verlos las ganas de consolarla pasaron al instante y esas lágrimas inconsolables le parecieron las más adecuadas y necesarias.
Después de verlos las ganas de consolarla pasaron al instante y esas lágrimas inconsolables le parecieron las más adecuadas y necesarias.
¡Dios mío! Contárselos era lo
menos que merecían.
Patricia Lara P.
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