Domingo de lluvia
Brunilda, la rana silvestre de rojizos
ojos vidriosos que emigró de Brasil, hoy amaneció tristálgica. Adora este
rinconcito del Norte del Sur adonde vino a parar, escapándose de un laboratorio
de mucho renombre que se dedica a experimentos genéticos con cuanto bicho vivo
-animal o vegetal- exista. Si, ¡claro que le encanta su charco!; y conversar
con el sapo Julián, las tardes de tertulia con la lechuza Rengifa y los
atardeceres viendo a Raúl y Cáspulo, una pareja de flamingos liberales y muy
excéntricos, acicalarse para irse de pachanga, a la que de cuando en vez y de
vez en cuando se anota de buen talante. Hoy el día amaneció lluvioso, ¡sabrosas
gotas de lluvia fresca -de esas que la hacen brincar-, le mojan su lustrosa
piel! Es, lo que podría decirse, un día ideal para chapotear, pero Brunilda,
inmutable, solo mira al horizonte y deja correr sus lágrimas, disimuladas con
el discurrir de la lluvia. Unos y otros gotarrones se funden, y su tristeza se
extiende con el largo recorrido de las aguas.
De repente, entre saltos, salpicones y alborozo, llega un grupo de pequeños batracios que recién aprenden a saltar entre los nenúfares. Exultantes por el momento festivo que el aguacero representa, y emocionados por la inminente posibilidad de retozar en la charca con la siempre jovial "tía Brunilda", quien los deja atónitos con su mirada ausente y su sonrisa vacía. Ante la inminente andanada de preguntas, quejas e insistencia de los chiquillos, Pascual va en auxilio de su incondicional amiga, creando una distracción para que jueguen dos o tres plantas más allá.
De repente, entre saltos, salpicones y alborozo, llega un grupo de pequeños batracios que recién aprenden a saltar entre los nenúfares. Exultantes por el momento festivo que el aguacero representa, y emocionados por la inminente posibilidad de retozar en la charca con la siempre jovial "tía Brunilda", quien los deja atónitos con su mirada ausente y su sonrisa vacía. Ante la inminente andanada de preguntas, quejas e insistencia de los chiquillos, Pascual va en auxilio de su incondicional amiga, creando una distracción para que jueguen dos o tres plantas más allá.
Brunilda, aún bañada en lágrimas, los
mira y recuerda el centenar de renacuajos que tuvo que dejar atrás cuando los
humanos del laboratorio la sacaron de su rinconcito de la selva amazónica...
los mira y suspira imaginando que ranitas de bien.
Lluvia afuera y tormenta adentro... y la
esperanza que se eleva en mil suspiros.
B. Osiris
B.
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