martes, 23 de agosto de 2016

Dulce



Dulce

Su rostro es la antítesis viviente de su nombre. Decidió progresivamente que la vida es triste y que cada día es un tiempo de mengua.
La miro y detallo una piel morena, aceitunada, como de india; sus rasgos faciales y óseos me sugieren una ascendencia colombiana, o peruana; sus costumbres me reafirman la certeza de su origen extranjero. Un origen del que nunca hace mención ni siquiera transversalmente.
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Hace gala de una tosquedad que está a medio camino entre lo accidental y lo intencional y su amabilidad parece obedecer más a la conveniencia y al temor, que a la convicción propia.
Sonríe poco y con mesura, como si le doliera. Lo hace apenas con los labios, nunca con sus ojos. La última de sus sonrisas se escapó en su cuarto parto, que no pidió, pero que tampoco evitó.
Madre de cuatro y proveedora de seis, sufre la escasez y se culpa por haber votado equívocamente. Aunque la miseria le tiene raídos los vestidos y las esperanzas, mira con altanería y tiene ínfulas de clase pudiente, aunque ya no puede ni soñar que puede.
Nombrar a Dulce es evocar el llanto de una madre que quiso y no supo guiar a sus hijos, hoy en retirada a otras fronteras, sin más educación que la del pedir y esperar dádivas de propios y extraños.
Se le fue la cualidad de su nombre con las imprecaciones dichas por lo bajo, para que el Dios que está en la iglesia y en la Biblia de su pastor, no la castigue más. Que ya es mucho el castigo para una vida y le prohibieron creer en la reencarnación, no sea que se fugue con la deuda o su diezmo en esta diezme mucho más.
En fin, que Dulce es acre sabor de vida llevada cuesta arriba entre las culpas y la incertidumbre, de cara a las incógnitas de un futuro gris, opaco.
Dulce es antítesis en la palabra, el pensamiento y la omisión. ¡Y también es un poco dulce!

B. Osiris B.

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