domingo, 14 de agosto de 2016

Dolor de país



Hoy, de camino a casa, deambulé un poco buscando dónde comprar algunos víveres. Era mi día y no fue mi día. Recogí, sin embargo, una que otra tristeza, unos cuantos desalientos, un poco de indignación y mucho hartazgo. Para colmo, mi celular -refugio de catarsis escrita- se quedó sin batería y casi se amordazó mi pensamiento. Vino en mi auxilio el de Guillermo, gracias al cual -entre empellones y retrasos en el Metro- nació esta criaturita:

Dolor de país

Dolor porque el Metro se retrasa y llego tarde,
dolor de mirar la miseria que campea,
de ver a un pueblo valiente tornado en pueblo cobarde
y de escuchar día tras día que ya la cosa está fea.
Un dolor cuasi indolente, que me margina a momentos
alejada de los otros, encapsulada en el hastío
de ver a este pueblo mío aguantar tanto tormento.
Dolor de madre en la angustia de no tener el sustento,
o del enfermo que, exangüe, no encuentra un medicamento.
Sufrir de patria partida en sus entrañas profundas,
con los hijos de una tierra que una vez fuera fecunda
inmersos en paradigmas atávicos de pasiones
que liberan sus bajezas y desconsideraciones.
Soy doliente ciudadana de un país envilecido,
testigo de la aberrante metamorfosis rotunda
de gente que se maneja en la idea (nauseabunda)
de que todo tiene precio y nada tiene valor
y, por tanto, disponible a ofertas de algún postor.
¡No, señor, no me resigno, yo quiero un mundo mejor!,
y quiero un país más digno para mi gente querida,
donde comer no sea un lujo y se respete la vida,
donde la gente regale con gusto los buenos días,
donde el afán de un mercado no nos robe la alegría.
Yo quiero un país cambiante, ¡variopinto y bien diverso!,
donde la idea no ofenda ni sean afrenta mis versos,
donde se abrace y salude al de esta y la otra orilla,
en el que opinar distinto sea una experiencia sencilla.
Quiero mi país de vuelta y no una hipoteca a plazos,
y ver que los oponentes superan sus diferencias
resolviendo las distancias con respeto y con sapiencia,
muy capaces, como hermanos, de estrecharse en un abrazo.
Ahí perdonarán el toque de pesadumbre, que espero se convierta en cántico de esperanza.

B. Osiris B.

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