martes, 29 de septiembre de 2015

La escalera






Y fue entonces cuando no solo sentí, sino lo hice... perdí pie y rodé por esa serie interminable de escaleras.  Mi cuerpo se adaptaba a cada ángulo, a cada tramo, a la pared incluso.  Sentí crujir uno a uno mis huesos.  Sentí que me ahogaba y luego, sentí también el aire que  entraba a raudales por mi pecho.  Sentí crujir de nuevo, para luego de un último y rudo golpe contra la pared, deslizarme por el piso frío.  Intenté sin lograrlo mover el brazo, la mano o por lo menos un dedo.
Sabía que tenía el celular en el cinto y quise tomarlo, pedir ayuda, gritar.  Nada.  Nada podía hacer como no fuera sencilla, y solamente yacer en el piso helado, en aquella posición ridícula de una muñeca rota.
Llorar... no lloro.  Gritar... para qué.  Lo mejor y más útil era tratar de tomar fuerzas;  o bien, para mover la mano, el brazo e incluso el dedo  y tomar el celular;  o bien para resistir y esperar;  o acaso mejor aún.  Para exhalar el último suspiro y partir.
Patricia Lara P.

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