No
supo en qué momento se volvió
Invisible.
de
ser una mujer que servía para todo
se convirtió
en un objeto
inanimado
incorpóreo
invisible.
Las
personas caminan a su lado
no la
ven
es
invisible.
Sentada
allí ve la vida pasar
y las
personas.
Un
día alguien incluso
sin
saberlo
sin
pensarlo
arrojó
sobre ella un objeto
luego
otro
y
otro
y
ahora carga sobre su cuerpo
invisible
una
cantidad de trebejos inservibles
Objetos
que nadie extraña
que
nadie busca
que a
nadie le hacen falta
que al
igual que ella
son
invisibles.
En
algún momento; seguro
alguien
percibirá
el
bulto de "basura"
inservible
lo
cual la hará
visible
y a
lo mejor
quien
sabe
quizás
al
decidirse a arrojarlo al bote de la basura
la
vean de nuevo
la
noten
se
den cuenta que ha sido importante
quizás…
le
hablen
y le
pidan tal vez
algún
consejo.
o
tarde ya
No
quede otro remedio
ya
que el hedor los llama
a
darle cristiana sepultura.
No
faltará quien diga
que
fue buena
que
les hará gran falta
que
la echaran de menos.
Y solo
en ese instante
Dejará
por solo unos segundos
De ser
el ser
En que
se convirtió.
Invisible.
¡Ay, comaíta, como que andamos pensando cosas iguales!
ResponderEliminarSenectud desvencijada
Asomada a la verja-más como un trasto arrumbado que como una persona- rumia sus pesares y gruñe al viandante que amable la saluda o, bien, grita a todo aquel que no voltea a mirarla.
Hoy, Delfina no distingue amigos de enemigos, todos le amenazan, a sus ojos es así.
Quizá sea por las cataratas, que nublan sus ancianos ojos; o por el resentimiento de que nadie la ayuda a salir de esa maldita jaula que en mala hora se hizo construir para alejarse de “la chusma” del barrio; el caso es que no distingue contra quién la emprende desde los barrotes de su verja.
A veces gime, grita, insulta… pero ya nadie se atreve siquiera a mirarla.
Y así pasan los días de una anciana triste que renunció a tener amigos, encapsulada en soledades, arañada de tristezas… sola entre una multitud de gente que pasa por su lado… sola entre unos barrotes de dolor y tristezas. No los físicos, que ya es mucho decir. Delfina muere lentamente tras los cerrojos de la intolerancia –la suya-, la indolencia –la de sus hijos- y la indiferencia de unos vecinos que prefieren fingir apuro. Y a veces, en su mente, se compara con el cúmulo de sillas desvencijadas y rotas que la rodean en su pequeño solar.
Hoy amanece la ciudad bajo una bruma densa y una garúa persistente… nadie notó el cadáver de Delfina, nadie la echó en falta… no hubo quien la extrañara… Sólo unas aves, que hacen con su ralo cabello un nido, dan cuenta al mundo de su muerte con un escándalo matinal. Pero, ¿quién le hace caso a las aves?
Esto lo escribí por los "viejos" que visito todos los días en el hogar geriátrico y porque voy caminando peligrosamente hacía ese instante.
EliminarHermoso escrito mi negra. Un gran abrazo.