Cazuela de mariscos
Tengo unos amigos que me contaron la siguiente anécdota.
Refieren ellos que aman salir a comer a restaurantes. Sobre todo los fines de semana y con los hijos aún pequeños y en casa. Tomaban el auto y se iban a "puebliar". Llegaban a sitios buenos, regulares y malos. A los primeros volvían a los otros por supuesto que no.
Bueno, lo cierto del caso es que por aquellos azares del destino. Llegaron a un sitio pintoresco. Muy tranquilo, al lado de una hermosa playa y con la mejor cazuela de mariscos del mundo mundial.
Ni qué decir que a la semana siguiente regresaron. La boca se les hacía agua nada más de pensarlo. Y los viernes literalmente babeaban.
Un día, ya sentados en el pequeño restaurante, después de haber degustado cada uno su cazuela se decidieron a enviar sus respetos al chef.
El mesero y dueño del lugar, se sintió muy feliz ante las alabanzas y les propuso que esperarán un poco a qué viniera a saludarlos para que ellos mismos le dijeran lo delicioso y delicado que era su plato.
Al cabo de unos minutos, ven entrar por la puerta trasera la mujer más sucia y desagradable del mundo. Cabello enredado y sucio, con un delantal que ni para arrojarlo a la basura estaba bien. Sandalias que a duras penas contenían unos pies sucios de uñas largas y negras. Y ni hablar de sus manos. Para colmo de males. Se pasaba los dedos grasientos por boca y nariz con más frecuencia de la que a cualquier cristiano le gustaría.
Los ojos de nuestros amigos casi salían de las órbitas. La sonrisa anterior se petrificó en sus rostros y a duras penas pudieron dar las gracias y hasta una propina.
Pies para que los tenemos.
Debo aclarar que hasta el sol de hoy, mis amigos jamás volvieron por esos rumbos.
Patricia Lara P
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