Hace poco me di cuenta ya que no estaba. He estado tan embebida en mis
cosas y mis pensamientos, que no había notado que no vino con nosotros en
esta oportunidad. La conocimos en nuestra primera estadía en Bogotá.
Ella habitaba aquella casa que en realidad era la de sus pesadillas.
Pobrecilla... Había perdido su pequeño tesoro y no pudiendo soportar
tanto dolor se había rendido a la vida, meciéndose en las ramas del sauce
llorón.
Se había acostumbrado tanto a nosotros que
decidió seguirnos cuando regresamos a Envigado. Al parecer se adaptó
bien pues muy pocas veces la percibía pasar a mi lado. Una nueva
mudanza la llenó de desasosiego y creo que incluso mal humor. Lo
expresaba caminando más cerca, ocultando las cosas. Y de nuevo otro
viaje, este de regreso a Bogotá. Al parecer pasaba horas y horas en el
taller del patio. Alguna vez sentí al entrar unos ojos que me
observaron fijamente. Estos no los de ella, calmados. Estos si, con un
brillo que algo de desasosiego me dejó.
Y de nuevo
el regreso y la molestia de ella. Así que como me habían dicho que no
debía dirigirme directamente a un espíritu, hable en voz alta.
"No tiene que mudarse, no es necesario" y continúe, "si no quiere ir hacia la luz, pero es feliz aquí se puede, se debe quedar".
Sentí que se calmaba, que empezaba a pensarlo.
Y
si, hoy me doy cuenta que en realidad lo hizo. Se quedó en aquel
cuarto. Ojalá sea feliz y si no puede serlo; ojalá tenga calma y
el dolor por su hijo amaine y pueda sonreír.
¿Extrañarla? No creo. Pero hizo parte presencial de la familia y por eso la recuerdo hoy.
Yo.
Patricia Lara P.
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