Ella era la reina. Se paseaba por doquier como si de
una pasarela se tratara. Llevaba en su cabeza una hermosa corona
brillante y cargada de piedras preciosas. En sus manos lucía un bello y
enorme anillo dorado y con brillantes; además de un cetro.
Recibía las visitas con aire de superioridad y entregaba órdenes a diestra y siniestra.
A veces hacia juicios en los que condenaba a decapitación, horca o tortura a miembros de la familia y a cuanto ser humano se le cruzara. Vale decir que ni los gatos se salvaban de sus mandatos.
No
comía nada que antes uno de sus súbditos no hubiera probado. Temía por su vida pues se sabía sino odiada si despreciada por todos.
Ella vivía en un centro psiquiátrico y era la reina del lugar.
Patricia Lara P.
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