Pobre hombre.
Pobre hombre; La
vida nunca le había parecido demasiado. No entendía las sonrisas ni el
brillo en los ojos de algunos. Para él todo era tristeza, desolación y desencanto.
Intentó varias
veces quitársela, pero algo siempre; el destino quizá, se lo impedía. El
veneno se derramaba. El revolver no disparaba. No le permitieron
subir al piso desde el que pensaba arrojarse. Cortarse las venas le
pareció muy doloroso y quería matarse sin dolor alguno o por el mínimo posible.
Es que masoquista no era.
Un día entre tantos
recibió una noticia que al principio lo llenó de alegría y luego de desasosiego.
El médico le informó que le quedaban
tres meses de vida. Empezó a preocuparse por cómo sería su deceso.
El galeno le prometió que sencillamente se dormiría y partiría sin dolor
alguno. Pero, él; no podía creerlo.
Se preocupó tanto
que en un almanaque marcaba los días. Y al ver cómo se iban agotando el
temor le llenaba el alma. Ya pensaba que la vida valía la pena, que no
había hecho nada que lo hiciera significativo ante el mundo. No había
tenido hijos, no había escrito ni una línea siquiera ya que la lectura siempre
le había resultado molesta y de sembrar algo ni hablar. ¡Jardinero no era!. Partiría de este mundo sin dolor, sin pena ni gloria y sintiéndose total a absolutamente estúpido.
Patricia Lara P.
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