Zelma Zalamandra
Zelma Zalamandra es
una mujer muy productiva que tiene más de cuarenta y dele, a lo mejor llegando
a los cincuenta y tantos. Los lunes –cuando llega- llega tarde; los viernes
–cuando va- se retira temprano. ¡Es que ella tiene muchas obligaciones! Zelma
Zalamandra nunca tiene respuesta para lo que se le solicita (excepto el
trillado informe que –le pidas lo que le pidas- siempre te remite refechado una
y otra vez) y, si se te ocurre pedir algún apoyo que en algo se aleje de su
“perfil laboral”, blandirá de inmediato el respectivo manual de organización,
¡vamos, que ahí están sus funciones!
Durante la jornada,
Zelma Zalamandra hace honor a su apellido y observa, cual salamandra al sol,
los vaivenes de la oficina. Agazapada en su rincón, cuenta las horas del reloj
y califica la productividad de sus jornadas en función de las notificaciones y
“likes” que recibe en las redes sociales.
Lo dicho, esta
amiga es tan productiva, que solo se levanta de su puesto de trabajo cuarenta y
cinco minutos antes de la hora del almuerzo para ir a comer y dar una
vueltecita hasta las dos o tres, cuando regresa justo a tiempo para revisar las
notificaciones pendientes y recoger sus cosas disponerse a regresar a su dulce
hogar.
Zelma Zalamandra es muy dada a conversar con todos, habla de la nueva era, de sus siembras de sus vivencias y de las fases lunares. También, cuando puede, conversa inocentemente de los defectos y problemas de los demás, porque los quiere ayudar y desea lo mejor para cada uno de ellos. Pero, ¡eso sí!, si de algo está segura Zelma Zalamandra, es de que ella no tiene la culpa de que malinterpreten los comentarios que va dejando de un puesto de trabajo a otro y que la gente termine peleándose por sus inocentes comentarios… ¡Válgame Dios, es que la gente es tan susceptible!
Zelma Zalamandra es muy dada a conversar con todos, habla de la nueva era, de sus siembras de sus vivencias y de las fases lunares. También, cuando puede, conversa inocentemente de los defectos y problemas de los demás, porque los quiere ayudar y desea lo mejor para cada uno de ellos. Pero, ¡eso sí!, si de algo está segura Zelma Zalamandra, es de que ella no tiene la culpa de que malinterpreten los comentarios que va dejando de un puesto de trabajo a otro y que la gente termine peleándose por sus inocentes comentarios… ¡Válgame Dios, es que la gente es tan susceptible!
Hoy es martes, día
de dulces y merienda compartida en la oficina, y Zelma Zalamandra no comprende
por qué todos, justo a la hora de la reunión han hallado algo para hacer… para
nada insiste en llamar, preguntar, invitar y reinvitar, pues solo recibe
evasivas y negativas superfluas y dichas por lo bajo. No alcanza a entender las
miradas cruzadas, las sonrisas veladas y mucho menos la cara de sorpresa de sus
colegas y compañeros. Por supuesto, tampoco entiende que ya todos la ven como
un puente roto, al que nadie puede pasar.
Frustrada y sin
escenario donde desplegar las es bondades de su arte culinario –que no es tal-,
Zelma Zalamandra se regresa a su cubículo farfullando: – ¡Otro logro del
gobierno, que tiene a todos tan ocupados y tan disociados, que nadie quiere ya
ni siquiera compartir!
Se sienta, mira hacia
el ventanal y, molesta de ver a las palomas guarecerse de la llovizna que
empieza a caer, hala repentinamente la hoja de vidrio. La atrae con tal fuerza
e indignación que, al no medir la distancia, causa un fuerte impacto y la
quiebra en mil trozos. Uno de ellos va a dar a su pie, incrustándosele y
causándole una herida tan dolorosa como profunda… tan profunda e intensa como
sus alaridos de dolor.
El incidente
ameritó su inmediato envío a la clínica más cercana. Costó trasladarla, pues
todos –conociendo a Zelma Zalamandra y su afán por culpar a otros de sus actos-
se dedicaron a esgrimir evasivas. Eso sí, como tampoco querían dejar a
semejante bruja gritando y sangrando por todos lados, así que procuraron
inmediatamente los servicios de una ambulancia para que la atendiera a cuerpo
de bruja, ¡perdón!, a cuerpo de reina.
Al llegar al centro
hospitalario, Zelma Zalamandra se las ingenió para caer en desgracia,
salpicando de indirectas e improperios a la recepcionista, al camillero, a las
enfermeras y a los pacientes que la precedían. Tuvo que esperar un buen rato
para ser atendida, así que se dedicó a “socializar” con unos cuantos pacientes,
dos o tres enfermeras y unos pasantes que estaban de guardia… cuando llegó su
turno de ser atendida, el doctor le preguntó por qué estaba allí (una pregunta
que siempre me ha parecido algo absurda, especialmente en casos tan obvios como
el de Zelma Zalamandra), ella respondió llanamente: – ¡Gua’, por las palomas!
Atentos como
estaban todos a tan pintoresco personaje, al escuchar su respuesta, la risa
colectiva no se hizo esperar y Zelma Zalamandra, seria y digna como nunca,
respiró profundo mientras sus ojos brillaban de una extraña manera. Al terminar
la atención de la emergencia, nuestra amiga salió casi a rastras, nuevamente
haciendo honor a su apellido, dejando tras de sí a otros dos pacientes
discutiendo por no sé sabe qué cosas que le había contado “la señora del vidrio
en el pie”… también hubo un desencuentro en la recepción, donde el vigilante de
guardia pedía aclaratorias de lo que reportó una paciente bajita de lentes…
Mientras, Zelma Zalamandra tomaba un taxi en la esquina y lanzaba hacia la
clínica aquella mirada reptiliana, mezcla de dolor, satisfacción en ira.
B. Osiris B.
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