La Señora K
La Señora K, así, sin más, es un
ejercicio de congruencia; su cara dice todo lo que ella es: una amalgama de
indecisiones, tristezas y desaciertos que van desde su matrimonio a la elección
de la carrera, pasando por la obtención de su actual empleo.
La Señora K no es responsable de nada, ¡todo es culpa de los otros! A su madre, la culpa de sus facciones (pero tampoco se hace cargo de sus gestos o de su arreglo personal); el cabello lo tiene reseco por culpa de su peluquero, que no acierta ni con un tinte ni con una hidratación. También la culpa de ser clase media pues, por su culpa, nació de un padre rico con vínculos en otro matrimonio de quien su madre no se aseguró que muriera ab intestato; con lo cual (¡para colmo!) es hija ilegítima y desheredada.
La Señora K no es responsable de nada, ¡todo es culpa de los otros! A su madre, la culpa de sus facciones (pero tampoco se hace cargo de sus gestos o de su arreglo personal); el cabello lo tiene reseco por culpa de su peluquero, que no acierta ni con un tinte ni con una hidratación. También la culpa de ser clase media pues, por su culpa, nació de un padre rico con vínculos en otro matrimonio de quien su madre no se aseguró que muriera ab intestato; con lo cual (¡para colmo!) es hija ilegítima y desheredada.
En cuanto a su casorio, el que esté con
su marido es culpa de una prima que ¡en mala hora los presentó! (pero ella lo
soporta estoicamente, porque el matrimonio es un mandato de Dios… ¡culpa de
Dios, pues!). Y a su marido lo culpa por no tener hijos, ¡porque el muy zángano
no la motiva!, y por supuesto que nada tiene que a ella le dé por quejarse de
los problemas en los momentos de intimidad, ni de que culpe a su esteticista de
su cuerpo tan pálido y delgado.
La Señora K es abogada y jurisconsulta
en el ejercicio, aunque –por culpa de sus profesores- nunca aprendió a
desarrollar un texto mínimo de dos o tres líneas con una ilación medianamente
aceptable. Y, como si esto fuera poco, es culpa de su jefe que sus libelos no
sean tan perfectos como quisiera, ¡es que él la enerva!, y ella con eso sí que
no puede… como tampoco puede con los niveles de alcoholemia que está
acostumbrada a recargar en cada visita al sanitario de damas, costumbre que le
quedó de sus años de estudio en quién sabe qué reconocida universidad donde
tuvo que pagar para obtener su renombrado título, al no poder demostrar las
competencias mínimas para ser litigante.
B. Osiris B.
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